Les hago entrega de la última parte de esta reflexión, con el ánimo dialogante de siempre.
La tercera razón es, el desenfoque de
lo que es la vida; desde el primer momento de su existencia es lucha
implacable contra la muerte que, en la persona humana, sólo puede ser superada
por el espíritu.
Vida y muerte son expresiones
inseparables de la existencia, conforman unidad de tal modo que morimos desde
el primer momento de nuestro ser.
Es así desde que apareció el sexo genético para asegurar la vida y, con
ella la muerte. Antes del sexo la vida se multiplicaba por simple división de
los organismos y sólo con la alteración del medio ambiente
desaparecían los organismos vivos, de otro modo no morían. El sexo apareció como mecanismo
biológico para asegurar la supervivencia cuando cambiaba el medio ambiente y se logró pero tuvo como precio la muerte.
Esta lucha biológica tiene como
inherente el dolor, la fatiga y el cansancio que son grados distintos de la misma
realidad. El dolor es un signo de
vida o, si se quiere, un signo de que nuestro organismo está luchando, lo que
no se ha de confundir con el sufrimiento que es signo inequívoco de
muerte. La diferencia entre dolor
y sufrimiento es sencillo: el dolor es generador de vida (como el dolor del
parto) mientras que el sufrimiento es estéril; no produce nada o indirecta o
bien se expresa en muerte directamente.
Se nos ha hecho creer inútilmente
que tenemos derecho a la vida y a la felicidad; no es cierto como tampoco son
reales los derechos: la vida nos otorga dones, facultades, potencialidades con
la obligación de desarrollarlos, de hacerlos crecer. Los llamados derechos son conceptos vacíos de contenido
ontológico, son como una nuez hueca y, pese a todo lo que se escribe sobre ellos,
no existen. Si existieran no
tendríamos que exigirlos, que luchar por tenerlos, y no existe ni uno solo de
los llamados derechos que se nos otorguen sin luchar, sin trabajar, sin
experimentar dolor para alcanzarlos y, con mucha frecuencia experimentando no
sólo dolor sino sufrimiento y muerte en el intento de conseguir lo que es deber
biológico, psicológico, social, moral o espiritual: luchar por conseguirlos.
De esta confusión nacen, en lo
social, las guerras; las enemistades en la dimensión afectiva; las depresiones
en todas sus modalidades como deformación de la personalidad, y la
esquizofrenia como deterioro del espíritu humano.
La tercera razón sindrómica hunde
sus raíces en habernos educado, supuestamente, sin límites. El ser humano
educado sin límites no podrá vivir ni humanamente en el contexto social, porque
sólo se considerará sujeto de supuestos derechos y, entre ellos el de vivir sin
dolor y sin restricciones que él no acepte, ni libre en su espíritu porque ante la
realidad que le impondrá el tiempo y las circunstancias se deprimirá por
impotencia y enfermará psiquiátricamente. No educarse en la aceptación de límites nos lleva a
confundir libertad con autonomía.
Caemos, nuevamente, en otro error
porque la autonomía biológica no existe desde el momento que nadie vive por sí
solo ni subsiste por sí mismo.
Sólo existe vida libre en sociedad con los límites que ésta nos señala:
“ ley de PROPORCIONALIDAD SOLIDARIA”.
Cuanto he meditado y compartido lo
someto a diálogo con todos los que conmigo quieran seguir meditando sobre este
tema del dolor compartido, por dos razones: simple coherencia con lo que he
dicho y porque estoy convencido de que “para ser inteligente hay que ser
muchos”; solamente entre muchos iremos descubriendo la verdad del espíritu y
ésta nos hará personas libres, valga la redundancia, como nos asegura Cristo en
su evangelio.
¿No crees entonces que muchos esquizofrénicos lo son también desde el vientre de su madre o porque así los hizo su biografia, más o menos como comentas sobre los homosexuales en otra entrada más adelante?
ResponderEliminarMerche
Sí, en general se pueden encontrar estas mismas génesis como causas de las "diferencias, disfunciones y patologías".
ResponderEliminarEn el texto lo hice explícito con el fin de desmitificar, indirectamente, el concepto de culpabilidad que suele asociarse en algunos contextos social-religiosos.