Tiempo atrás una paciente me regaló un afiche con una rosa esplendorosa y un eslogan que decía: EL VERDADERO AMOR NO HACE SUFRIR. ¿Es esto posible y es verdad?
Mi respuesta será un poco extensa, por lo que se la ofreceré en dos post consecutivos (1 y 2)
Nos hacemos sufrir con nuestros comportamientos y, entonces, el sufrimiento es efímero, de muy corta duración y no deja la huella del recuerdo.
También nos hacemos sufrir con nuestras conductas y, entonces, la reiteración del comportamiento ofensivo (conducta es la reiteración de algún comportamiento) empieza a dejar huella y genera mecanismos reactivos "de muchas formas y colores" y comienzan las dudas de si por amor hay que tolerar y olvidar las molestias que nos causa la pareja o no hay que tolerarlas.
Pero, cuando nos hacemos sufrir habitualmente, predeciblemente y recíprocamente, entonces nos cuestionamos si hay amor y si el amor tiene que ser sufriente o, por el contrario, el verdadero amor no debe hacernos sufrir.
Aclarar estos cuestionamientos e interrogantes requiere de conceptos precisos sobre cómo se generan los comportamientos, las conductas y los hábitos, por igual si son aflictivos que si son gratificantes, porque son aprendizajes.
Los cambios que
intencionalmente nos imponemos, generan en nosotros conciencia emocional de
frustración que transformamos en
comportamientos agresivos dirigidos hacia los demás, hacia nosotros mismos o en
ambas direcciones (a causa de los sentimientos o complejos de
culpabilidad que podamos experimentar). Frustración y agresividad son
concomitantes, siempre, con mayor o menor intensidad pero la dupla es
inevitable sin importar si los controlamos o no.
Cuando los
comportamientos o vivencias son caracterológicos, orgánicos o metabólicos, los
aprendizajes tienden a fijarse como indelebles y a establecerse en nosotros
como mecanismos obsesivos y/o adictivos. Las obsesiones son siempre adictivas,
sin importar si nos causan bienestar o perjuicios porque tienen su raíz en el
instinto de supervivencia del que pocas veces tomamos conciencia.
Cuando el
proceso de aprendizaje hunde sus raíces en los modelos que tuvimos (o nos
impusieron) en la infancia y/o adolescencia, difícilmente nos percatamos de la
dependencia en que estamos y, consiguientemente, no valoramos la moralidad de
los mismos con objetividad. En consecuencia no solemos tener conciencia de lo
negativo de ellos ni del dolor que causamos en los que nos rodean. En estos
casos nuestra conciencia queda adormecida por la-s costumbre-s.
Los cambios
comportamentales, opuestos a los aprendidos inicialmente, no se consolidarán
antes de 6 meses de ejercitación y si en este período se presentan recidivas,
el tiempo de remisión del aprendizaje antiguo y consolidación del nuevo se ha
de contabilizar otra vez, como nuevo período de 6 meses, hasta lograr romper toda recidiva. (un ejemplo del organismo, al respecto, es la
menopausia; no se fija sino luego de 12 meses contados a partir del último
sangrado, sin importar si es mucho o poco o si ha habido saltos de meses en la no
presencia de sangrado)
Luego de la
remisión trabajada a través del aprendizaje de nuevos comportamientos (y contrapuestos a los iniciales), habrán de ser objeto de vigilancia, análisis y evaluación
con una periodicidad no menor de un año; de otro modo los aprendizajes iniciales se reactivarán
espontáneamente o motivados por acontecimientos o personas nuevas, pues ningún
aprendizaje se extingue completamente.
A la luz de
estos 7 criterios hemos de analizar los comportamientos propios y los de los
demás, sin importar que nos parezcan episódicos o circunstanciales, buenos o
malos, leves o graves. Estos criterios de valoración moral, son irrelevantes
pues todos son acumulativos. Habremos de
descubrir los mecanismos de aprendizaje que encubren y así juzgar su valor,
para nosotros, nuestros proyectos de vida y para el valor que pueden tener para
los demás.
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