sábado, 27 de noviembre de 2021

LA EMOCIÓN LLAMADA AMOR - 2

 El AMOR es, en la conciencia occidental la palabra (o categoría léxica) de mayor valoración individual e intersubjetiva que no tiene única definición (o límite) porque es una EMOCIÓN valorativa, fruitiva y posesiva.  La valoración de la palabra amor está por encima de las palabras ciencia y tecnología. Lo que valoramos, o a quien valoramos, decimos que lo o los amamos. Lo que disfrutamos o de quien disfrutamos decimos que lo o los amamos y, lo que poseemos o de quien estamos seguros, decimos que lo o los amamos.  De este conjunto de emociones (valorativas, fruitivas y posesivas) se dice ser el MOTOR de todo cuanto vive (de la vida). Decimos descubrir el amor a nivel subconsciente (en la escala existencial de la vida vegetativa y en la cosmológica), a nivel preconsciente (en la escala etológica o animal) y a nivel consciente (en la escala humana y/o amor personal)

La escala vegetativa y cosmológica nos constituye somáticamente, corporalmente; la escala etológica nos constituye anímicamente, psíquicamente y, la escala humano-personal nos constituye espiritualmente.  Este triple componente o estructuras de nuestro ser se da interactivamente, es decir que, en lo somático se manifiesta también lo anímico y lo espiritual; en lo anímico se manifiesta los somático y lo espiritual y, en lo espiritual se manifiesta lo somático y lo anímico. En cada estructura o manifestación, una de las dimensiones resulta ser rectora y condicionadora las otras dos manifestaciones. Somos seres complejos y tridimensionales: cuerpo, alma y espíritu.

Esta complejidad hace que el AMOR carezca de definición y por eso se nos impone a todos como imperativo emocional de la existencia con el cosmos y como imperativo emocional-afectivo para que podamos ser (individuos únicos) en la existencia espaciotemporal y en la existencia local de unos con otros.  Por eso decimos alegremente, y con tanto convencimiento como inconsciencia: “amo la naturaleza y el cosmos; amo el conocimiento y la ciencia; amo a esta persona y amo a Dios”.  En todos los casos expresamos admiración, deseo fruitivo y anhelo de posesión y si este trio de nuestro componente emocional no nos es posible, cambiamos el “amo por el no amo” y el “amor por el rechazo” (dicho en la expresión más benigna de nuestra frustración).

En el intento de evitar estas negaciones y conflictos, establecemos como primer sujeto y objeto del amor al YO individual, que se expresa en plenitud y espontáneamente a nivel subconsciente (como automatismos vegetativos: filogenéticos y  genéticos); se expresa condicionado por los aprendizajes de modelos a nivel preconsciente (o etológico, esto es, como aprenden a expresar las emociones todos los animales) y se expresa volitivo e intencionalmente (o consciente y volitivo-intencional) de manera creciente, con pretensión de llegar a ser autónomo pero iniciado siempre desde el esquema modélico (replicando primero para superar después a los modelos de apego).

Las personas humanas no nos podemos librar de esta triple mediación (subconsciente, preconsciente y consciente) en las formulaciones del lenguaje (o léxicas), en las manifestaciones subjetivas e intersubjetivas (conductas sociales fruitivas) y en las proyecciones (volitivo-intencionales) de toda expresión del amor. Negar esta triple mediación es no reconocer la realidad que nos constituye e inventarnos MITOS como anhelo de escapar de este condicionamiento que tiene valor de contingencia necesaria; es NEGAR la VERDAD recurriendo a la cosmogonía de las ideas platónicas.

El amor nos esclaviza subyugándonos en cada una de las mediaciones de la vivencia del YO amado y amador.  De esta subyugación nacen todos los APEGOS del YO INDIVIDUAL y del YO INTERSUBJETIVO o del NOSOTRSOS DEL YO. Y a consecuencia que de esta triple subyugación (o apego), se origina el dolor y/o el sufrimiento porque su punto de partida (su raíz) es la emocionalidad (las emociones) y la fugacidad de las mismas y, su punto de llegada es el anhelo posesivo de que lo vivido (lo experimentado) no sea ni contingente, ni fugaz, ni efímero.  Nos prometemos que el amor sea, sólo y siempre fruitivo y estable, pero eso es una quimera. El amor es fruitivo y objeto de posesión a la par que fugaz y efímero en las tres manifestaciones de los seres humanos (corporal, sicológica y espiritual), por lo que el amor es siempre doloroso. Pensemos, por ejemplo, en el amor doloroso ante la muerte y nos percataremos inmediatamente de que en cada instante el objeto del amor muere, porque va al ritmo de la vida que lucha contra el fin de la misma a sabiendas de que la última batalla la ganará la muerte.

Por esto, la consecuencia espontánea del amor es la frustración porque al ser emoción (indefinida e indefinible) es inasible (no se puede capturar y menos poseer, porque las emociones no se pueden capturar) y toda frustración engendra (por contingencia necesaria) la agresividad, con dos expresiones posibles:

a)  -- La subjetiva (contra nosotros mismos) porque nos reprochamos la ingenuidad de habernos creído poseedores de algo, siendo así que las emociones se nos imponen sensorial o mnésicamente, pero no son asibles (no se pueden poseer); son contingentes (pueden darse o no darse) fugaces y efímeras (duran poco).

b)  -- La intersubjetiva (contra otra persona amada y/o amante) porque hemos creído o hemos inventado un lenguaje de perdurabilidad, de fidelidad en la continuidad y de necesidad. Es otra quimera porque la intersubjetividad es la resultante de la interacción de dos o más subjetividades con las limitaciones que anteriormente se han señalado (en cada persona).

Las consecuencias de estas tergiversaciones léxicas (de nuestros lenguajes) son 3 emociones patologizadoras de las emociones amorosas: el resentimiento (emoción auto punitiva de impotencia); la celotipia (autoagresión por el despojo posesivo) y, el odio (exacerbación de la envidia).

El amor es una emoción (o conjunto de emociones) contingente (o contingentes) en el plano consciente (humano-personal); es una emoción (o emociones) aprendida (o aprendidas) en el plano preconsciente (humano-animal) y, en el plano subconsciente (vegetativo) es una emoción (o emociones) necesaria (o necesarias) que acompañan como guía los tropismos (o direcciones) de la vida.

Ahora bien, siendo lo dicho así, la extrapolación del plano vegetativo (necesario para la vida), al plano consciente (pero contingente) de la persona humana y al plano volitivo- intencional (o trascendente), es una temeridad porque saltamos la dimensión preconsciente de lo simplemente humano (del animal humano, de la escala etológica humana) como si no existiera cuando, por el contrario, son los aprendizajes de la “etología humana” los que marcan, por una parte, las diferentes formas de la emoción entre los individuos a lo largo de la historia de cada grupo etológico y, por otra, las limitaciones axiológicas de las emociones amorosas de cada grupo etológico.  Véase, por ejemplo, la valoración de las violencias (guerras, confrontaciones, discusiones, controversias) todas ellas motivadas por el amor al yo de cada uno o de cada grupo etológico.

(continua parte 3)


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