El AMOR es, en la conciencia occidental la palabra (o categoría léxica) de mayor valoración individual e intersubjetiva que no tiene única definición (o límite) porque es una EMOCIÓN valorativa, fruitiva y posesiva. La valoración de la palabra amor está por encima de las palabras ciencia y tecnología. Lo que valoramos, o a quien valoramos, decimos que lo o los amamos. Lo que disfrutamos o de quien disfrutamos decimos que lo o los amamos y, lo que poseemos o de quien estamos seguros, decimos que lo o los amamos. De este conjunto de emociones (valorativas, fruitivas y posesivas) se dice ser el MOTOR de todo cuanto vive (de la vida). Decimos descubrir el amor a nivel subconsciente (en la escala existencial de la vida vegetativa y en la cosmológica), a nivel preconsciente (en la escala etológica o animal) y a nivel consciente (en la escala humana y/o amor personal)
La escala vegetativa y cosmológica nos constituye somáticamente,
corporalmente; la escala etológica nos constituye anímicamente, psíquicamente y,
la escala humano-personal nos constituye espiritualmente. Este triple componente o estructuras de
nuestro ser se da interactivamente, es decir que, en lo somático se manifiesta
también lo anímico y lo espiritual; en lo anímico se manifiesta los somático y
lo espiritual y, en lo espiritual se manifiesta lo somático y lo anímico. En
cada estructura o manifestación, una de las dimensiones resulta ser rectora y
condicionadora las otras dos manifestaciones. Somos seres complejos y
tridimensionales: cuerpo, alma y espíritu.
Esta complejidad hace que el AMOR carezca de definición y por eso se nos
impone a todos como imperativo emocional de la existencia con el cosmos y como
imperativo emocional-afectivo para que podamos ser (individuos únicos) en la existencia espaciotemporal
y en la existencia local de unos con otros. Por eso
decimos alegremente, y con tanto convencimiento como inconsciencia: “amo la
naturaleza y el cosmos; amo el conocimiento y la ciencia; amo a esta persona y amo a Dios”. En todos los casos expresamos
admiración, deseo fruitivo y anhelo de posesión y si este trio de nuestro
componente emocional no nos es posible, cambiamos el “amo por el no amo” y el “amor
por el rechazo” (dicho en la expresión más benigna de nuestra frustración).
En el intento de evitar estas negaciones y conflictos, establecemos como
primer sujeto y objeto del amor al YO individual, que se expresa en plenitud y espontáneamente
a nivel subconsciente (como automatismos vegetativos: filogenéticos y genéticos); se expresa condicionado por los
aprendizajes de modelos a nivel preconsciente (o etológico, esto es, como
aprenden a expresar las emociones todos los animales) y se expresa volitivo e intencionalmente
(o consciente y volitivo-intencional) de manera creciente, con pretensión de
llegar a ser autónomo pero iniciado siempre desde el esquema modélico (replicando
primero para superar después a los modelos de apego).
Las personas humanas no nos podemos librar de esta triple mediación
(subconsciente, preconsciente y consciente) en las formulaciones del lenguaje
(o léxicas), en las manifestaciones subjetivas e intersubjetivas (conductas
sociales fruitivas) y en las proyecciones (volitivo-intencionales) de toda expresión
del amor. Negar esta triple mediación es no reconocer la realidad que nos
constituye e inventarnos MITOS como anhelo de escapar de este condicionamiento que
tiene valor de contingencia necesaria; es NEGAR la VERDAD recurriendo a la
cosmogonía de las ideas platónicas.
El amor nos esclaviza subyugándonos en cada una de las mediaciones de la vivencia
del YO amado y amador. De esta
subyugación nacen todos los APEGOS del YO INDIVIDUAL y del YO INTERSUBJETIVO o
del NOSOTRSOS DEL YO. Y a consecuencia que de esta triple subyugación (o apego),
se origina el dolor y/o el sufrimiento porque su punto de partida (su raíz) es
la emocionalidad (las emociones) y la fugacidad de las mismas y, su punto de
llegada es el anhelo posesivo de que lo vivido (lo experimentado) no sea ni
contingente, ni fugaz, ni efímero. Nos
prometemos que el amor sea, sólo y siempre fruitivo y estable, pero eso es una
quimera. El amor es fruitivo y objeto de posesión a la par que fugaz y efímero
en las tres manifestaciones de los seres humanos (corporal, sicológica y
espiritual), por lo que el amor es siempre doloroso. Pensemos, por ejemplo, en
el amor doloroso ante la muerte y nos percataremos inmediatamente de que en
cada instante el objeto del amor muere, porque va al ritmo de la vida que lucha
contra el fin de la misma a sabiendas de que la última batalla la ganará la
muerte.
Por esto, la consecuencia espontánea del amor es la frustración porque al
ser emoción (indefinida e indefinible) es inasible (no se puede capturar y
menos poseer, porque las emociones no se pueden capturar) y toda frustración
engendra (por contingencia necesaria) la agresividad, con dos expresiones
posibles:
a) -- La
subjetiva (contra nosotros mismos) porque nos reprochamos la ingenuidad de
habernos creído poseedores de algo, siendo así que las emociones se nos imponen
sensorial o mnésicamente, pero no son asibles (no se pueden poseer); son contingentes
(pueden darse o no darse) fugaces y efímeras (duran poco).
b) -- La intersubjetiva
(contra otra persona amada y/o amante) porque hemos creído o hemos inventado un
lenguaje de perdurabilidad, de fidelidad en la continuidad y de necesidad. Es
otra quimera porque la intersubjetividad es la resultante de la interacción de
dos o más subjetividades con las limitaciones que anteriormente se han señalado (en cada persona).
Las consecuencias de estas tergiversaciones léxicas (de nuestros lenguajes)
son 3 emociones patologizadoras de las emociones amorosas: el resentimiento (emoción auto
punitiva de impotencia); la celotipia (autoagresión por el despojo posesivo) y,
el odio (exacerbación de la envidia).
El amor es una emoción (o conjunto de emociones) contingente (o
contingentes) en el plano consciente (humano-personal); es una emoción (o
emociones) aprendida (o aprendidas) en el plano preconsciente (humano-animal)
y, en el plano subconsciente (vegetativo) es una emoción (o emociones)
necesaria (o necesarias) que acompañan como guía los tropismos (o direcciones)
de la vida.
Ahora bien, siendo lo dicho así, la extrapolación del plano vegetativo (necesario
para la vida), al plano consciente (pero contingente) de la persona humana y al
plano volitivo- intencional (o trascendente), es una temeridad porque saltamos
la dimensión preconsciente de lo simplemente humano (del animal humano, de la
escala etológica humana) como si no existiera cuando, por el contrario, son los
aprendizajes de la “etología humana” los que marcan, por una parte, las diferentes
formas de la emoción entre los individuos a lo largo de la historia de cada
grupo etológico y, por otra, las limitaciones axiológicas de las emociones
amorosas de cada grupo etológico. Véase,
por ejemplo, la valoración de las violencias (guerras, confrontaciones,
discusiones, controversias) todas ellas motivadas por el amor al yo de cada uno
o de cada grupo etológico.
(continua parte 3)
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