Soy consciente de que la coletilla del título de este post "sin morir en el intento" es un plagio pero valga la ocasión para rendir homenaje a Carmen Rico-Godoy quien, me parece, fue la primera en usar la expresión.
El tema que me ocupa y deseo compartir con Uds. es la verdad, la veracidad de vida, la coherencia entre el pensar, el decir y el obrar en nuestra vida. Y la pregunta es -si es esto posible- en la vida personal, en la vida de pareja, en la vida social, en la vida laboral, en la vida política y en la vida espiritual sin exponer nuestra existencia al límite.
Con base en los datos que nos aportan los informativos de los medios de comunicación social -de los que tampoco podemos fiarnos ciegamente que sean veraces- la respuesta es inmediata: no se puede ser veraz en un mundo que miente a diestra y siniestra y pretenderlo es tener actitud suicida.
Pero lo grave es que seguir viviendo en la mentira es ser parte de un sistema homicida. Basta, para corroborar lo dicho, con que abramos los noticieros y constataremos que el mayor número de noticias hacen referencia al homicidio perpetrado de múltiples modos y siempre tiene por motivación el engaño, la traición, la mentira.
La mentira y el homicidio, expresados en la más amplia acepción de estos término, van juntos: prueba de ellos son los asesinatos pasionales, los odios históricos entre amigos y hermanos, las economías quebradas de las naciones, los países beligerantes por siglos, las guerras sin cuento y sin término...
Cuán dramáticamente, tanto a nivel personal como social, resulta cierta y constatable la expresión de Cristo: "el que miente es hijo del maligno, quien desde el principio es homicida".
Pero ¿por qué mentimos, si las consecuencias son tan trágicamente graves?
La mentira tiene dos padres: el "señor" miedo y la "señora" pereza. Macabra dupla que engendra homicidas.
Sí, cuando mentimos, quien miente, tarde o temprano, con conocimiento o inconscientemente a alguien mata... en sus esperanzas de vida, en sus legítimas aspiraciones, en las oportunidades frustradas... y, como consecuencia genera en esas personas predisposición para la agresividad cuyo límite volverá a ser el homicidio.
No puede ser de otro modo porque la frustración produce a nivel neurológico dos respuestas: la búsqueda de compensaciones y la agresividad. Estas dos respuestas van íntimamente unidas y tanto se pueden expresar con uno mismo como en relación con los demás llegando a ser positivas y creativas sólo si hemos educado (conducir fuera de sí al encuentro de otros para enriquecernos mutuamente) nuestro carácter y permanecemos en estado de alerta para reorientarlo, para reeducándolo.
De otro modo la cascada de justificaciones (toda justificación es un modo elegante de mentir pero, por elegante, no de deja de ser mentira) como mecanismos de defensa continuará in crescendo hasta convencernos todos de que ser veraces en un mundo de mentira es imposible porque seremos víctimas y, entonces, generamos una cultura paranoide de la que intentamos huir creándonos "nidos de amor" a los que atribuimos la verdad, bondad y belleza que nosotros no tenemos; claro está que la frustración nos la servimos en plato hondo y volvemos a engendrar actitudes homicidas.
1º Por medio de la auto-delación. Los propósitos de enmienda sin auto-delatarnos serán un modo de auto-mentira porque si no derrotamos el miedo, que es uno de los padres de la mentira, no conseguiremos ser veraces y seguiremos esclavizados de nuestra pulsión depredadora, asesina.
2º Mediante registros concretos de nuestras mentiras, de los momentos - lugares - circunstancias y personas en que mentimos, de las veces en que intentamos mentir pero nos retractamos más o menos a tiempo y, por último, registros de las veces que quisimos mentir pero no lo hicimos. Sin estos registros no venceremos la pereza a que nos induce nuestro carácter, que es otro de los padres de la mentira, ni podremos auto-delatarnos con firmeza.
En este trabajo como en el trabajo con las demás adicciones de las que forma parte la mentira, es más fácil no iniciarse o salir pronto de ella, que experimentarla y disfrutar de la misma, porque las adicciones son difíciles de controlar. La expresión "desarraigar", que se suele usar, no es correcta por total inexactitud pues las adicciones jamás desaparecen, sólo pueden ser controladas con vigilancia constante.
¿ Pero ganamos algo siendo veraces en un mundo dominado por el engaño, la falsedad y la mentira ?
La veracidad sólo nos asegura una vivencia: ser libres. No existe mayor riqueza ni dignidad para una persona porque sólo la libertad la identifica como persona.
Para todas las demás dimensiones de la vida, el obrar con veracidad nos hace vulnerables porque nos hace predecibles a los ojos de los demás y desde la predecibilidad seremos fácilmente objetos de abuso pues la gente suele confundir, muy frecuentemente, bondad con debilidad e intentarán abusar de la bondad siempre que se lo permitamos.
Ante este riesgo real de ser objetos de abuso habremos de ejercitarnos en la práctica de la verdad mediante 3 cualidades: delicadeza, firmeza y claridad.
La expresión de la verdad sin delicadeza (teniendo en cuenta las debilidades y flaquezas del interlocutor) se convertirá en u acto de brutalidad, de abuso, de negación del valor de la persona. La verdad no puede ser superior a la persona sino estar a su servicio.
La firmeza exige que expresemos la totalidad del contenido de la verdad que queremos compartir. Sin firmeza la comunicación se transformará en un acto de manipulación que fácilmente dará por resultado el rechazo del interlocutor como acto auto-defensivo o la justificación sin final.
La claridad exige de nosotros estar en actitud de esclarecimiento, tantas y cuantas veces el interlocutor tenga necesidad de ser auxiliado para el correcto entendimiento de diálogo.
Ser veraces en un mundo que obra en contra de la verdad - mundo próximo y/o lejano- demandará de nosotros dos actitudes: Vigilancia para ser veraces y, así ser persona libres y... Disposición docente al más clásico estilo griego: sin retribución.